14 Razones por las que un Hombre es Infiel

La mayoría de las mujeres que han pasado por una traición se hacen la misma pregunta: “¿por qué, si lo tenía todo conmigo, fue infiel?”
La respuesta casi nunca es “porque le faltabas tú”. Casi siempre es “porque le faltaba él mismo”.
Un hombre puede amar, puede disfrutar tu compañía, puede decir que eres su hogar… y aun así romper el pacto.
Eso no significa que seas insuficiente. Significa que él no sabe sostener lo que siente.
En muchos casos la infidelidad no nace del deseo sexual sino de una carencia emocional no resuelta.
Vamos a desmenuzarlo en capas, para que dejes de culparte y empieces a mirar el verdadero origen.
- Falsa autoestima y necesidad de validación
- Narcisismo y “extensión del yo”
- Inmadurez emocional para sostener la intimidad
- Vacíos afectivos no resueltos
- Adicción a la novedad y al principio del placer
- Comparación permanente (redes, apps, selfies)
- Baja tolerancia al conflicto en la relación
- Modelo masculino mal aprendido
- Falta de trabajo con su sombra
- Desconexión emocional con la pareja
- Oportunidad + secreto + celular
- Relaciones abiertas mal entendidas
- Distorsiones de autoestima en la mujer
- Heridas infantiles no trabajadas
- ¿Qué hacer cuando descubres la infidelidad?
Falsa autoestima y necesidad de validación
Uno de los motivos más frecuentes es este: no se siente valioso si no lo aplauden.
Cuando un hombre no ha construido una autoestima interna, busca trofeos externos: una mujer nueva, una conquista, un chat escondido.
No es tanto que quiera dejarte, es que quiere sentirse poderoso.

La otra persona aparece como un espejo que le dice: “eres increíble”, “nadie como tú”, “eres el mejor”.
Y ese tipo de frases son gasolina para un ego frágil.
Contigo tal vez ya había cariño, rutina, realismo, cosas de la vida cotidiana.
Con la otra había admiración inflada.
Entonces elige la lisonja, no porque sea mejor, sino porque le anestesia la inseguridad.
Por eso muchas veces la amante ni siquiera es más atractiva. Solo es más aduladora.
Él no estaba buscando belleza, estaba buscando sentirse validado.
Cuando el ego necesita aplausos constantes
Hay hombres que fueron educados en: “vales por lo que logras”.
Si en la pareja ya no se siente “aplaudido”, se va a otro escenario donde sí lo aplauden.
Eso no es amor, es adicción a la aprobación.
Y la aprobación tiene un problema: se acaba rápido.
Por eso estos hombres suelen ser infieles más de una vez: porque el vacío vuelve.
Confundir admiración con amor
Otra distorsión común: creen que quien los admira los ama.
Pero la admiración puede ser superficial. El amor verdadero también confronta.
Cuando tú le marcas un límite, lo invitas a hablar, le señalas la desconexión…
…él siente que ya “no lo ves grande”.
La otra, en cambio, lo endulza sin exigirle madurez.
Y muchos eligen el lugar donde no los confrontan.
Narcisismo y “extensión del yo”

En el narcisismo pasa algo delicado: la pareja se vuelve parte de su vitrina.
No te ama como sujeto, te usa como parte de su imagen.
Mientras le sirves para verse exitoso, te presume, te cuelga del brazo, te muestra.
Pero si un día siente que ya no le reflejas grandiosidad, busca otra pieza de exhibición.
No es romanticismo, es consumo de personas.
Usar a la pareja como trofeo
Un narcisista puede tener una pareja muy guapa y aun así ser infiel.
¿Por qué? Porque no busca solo belleza, busca aplausos múltiples.
Le gusta sentirse elegido por varias, no por una.
Es como si dijera: “si muchas me desean, valgo más”.
Esa lógica lo lleva a enganchar conversaciones, coqueteos y chats.
Irse con quien lo felicita más, no con quien lo ama mejor
Aquí se ve clarito lo que decía el psicólogo del video: no se van con alguien más bello.
Se van con quien alimenta su yo extendido (estatus, redes, elogios, fantasía).
Tu amor era real, pero real también significa: “oye, esto nos está doliendo”.
La otra no le pide mirar su sombra.
Entonces él elige el lugar donde no tiene que hacerse cargo.
Inmadurez emocional para sostener la intimidad

Hay otro motivo silencioso: hay hombres que sí aman, pero no saben sostener lo que sienten.
La intimidad emocional los deja desnudos.
Cuando tú los miras de verdad, cuando hay ternura, cuando hay compromiso… se asustan.
Porque el amor profundo también despierta la sombra: miedo al rechazo, a no ser suficiente, a depender.
El vínculo real le da miedo
Entonces aparece otra mujer que no lo conoce tanto.
Con ella se siente libre, porque no tiene que mostrar sus partes vulnerables.
Contigo ya había espejo. Con la otra hay escape.
La traición como escape, no como plan
En muchos casos la infidelidad no fue una venganza.
Fue una huida de su propia incomodidad interna.
Eso explica por qué a veces siguen siendo cariñosos en casa.
No lo hicieron “contra” ti, lo hicieron para no mirar(se).
Pero cuidado: entender no es justificar.
La responsabilidad de la traición siempre es de quien traiciona.
Vacíos afectivos no resueltos
Todo hombre infiel carga con un vacío que intenta llenar desde fuera. A veces es reconocimiento, otras sentirse deseado, otras solo distraer el dolor de no saberse suficiente. Pero en el fondo, la infidelidad nace de la carencia, no del deseo.

Un hombre emocionalmente maduro se da valor a sí mismo; uno inmaduro necesita que alguien más lo haga sentir valioso. Cuando la relación deja de ser ese espejo complaciente, su herida de autoestima vuelve a sangrar.
Entonces busca otra mirada que lo confirme, otra voz que lo nombre especial, sin darse cuenta de que está persiguiendo una sensación efímera. Así, se vuelve dependiente de la atención ajena, pero vacío cuando la obtiene.
Buscar afuera lo que no se da a sí mismo
Un hombre que no se respeta, no puede respetar el vínculo. Porque no sabe lo que cuesta cuidar algo. Cree que el amor es ilimitado, que siempre puede empezar de nuevo sin reparar lo que rompió.
Por eso repite patrones: cada relación empieza como una promesa, y termina cuando se le exige mirar dentro. No soporta la incomodidad de crecer, entonces vuelve a la novedad, al alivio de sentirse deseado, aunque sea por un rato.
Pero ningún cuerpo, ningún elogio, ninguna aventura le llenará lo que no ha aprendido a darse. Porque la raíz del vacío no está en la mujer que lo ama, sino en la falta de amor propio que lo gobierna.
Por qué nunca es suficiente lo que le das
Cuando una mujer intenta llenar ese hueco con paciencia, comprensión o afecto, el resultado es frustrante. Él absorbe todo, pero nunca se sacia. No porque no aprecie lo que recibe, sino porque no puede integrarlo.
El amor, para que nutra, necesita conciencia. Si alguien no se siente digno del amor que recibe, inconscientemente lo sabotea. Y la infidelidad es la forma más común de ese autosabotaje: arruinar lo que le hacía bien, para no enfrentar el miedo de no merecerlo.
Adicción a la novedad y al principio del placer

Vivimos en una cultura que confunde el amor con la excitación. Donde aburrirse un poco es motivo para irse, y sentir incomodidad se interpreta como falta de compatibilidad.
Muchos hombres han crecido con esa lógica: si algo no me hace feliz, lo reemplazo. Pero el amor no siempre se siente cómodo. A veces implica paciencia, silencios, espera, vulnerabilidad. Y eso no encaja en una mente adicta a la dopamina.
Las redes, los estímulos y las aplicaciones de citas ofrecen gratificación instantánea. Basta deslizar para sentir que se “puede tener más”. La infidelidad moderna ya no necesita oportunidad, solo impulso.
Postmodernidad: “si me incomoda, lo cambio”

En una época donde todo se puede sustituir, también se sustituyen las personas. Ya no se trabaja el conflicto, se cambia de pareja. Ya no se dialoga, se desconecta y se escribe a otra.
La baja tolerancia al malestar emocional hace que muchos hombres confundan frustración con desamor. Si algo duele, lo dan por terminado. Pero lo que realmente hacen es huir de su propio reflejo.
Y así, terminan viviendo en una rueda de vínculos fugaces, sin entender por qué nada los llena.
Relaciones paralelas como entretenimiento
El problema no es solo el engaño físico. Es la banalización del vínculo. Hay hombres que mantienen relaciones secretas para sentirse vivos, como si la infidelidad fuera un pasatiempo, un escape del tedio.
Pero detrás del juego hay algo más profundo: una incapacidad para sostener el vacío sin anestesia. Les cuesta enfrentarse al silencio, al aburrimiento o a la rutina sin buscar estímulos externos.
Por eso, cuando se acaba la adrenalina, regresan arrepentidos. No por amor, sino por abstinencia. Lo que perdieron no era a la mujer, sino el reflejo de sí mismos que ella les devolvía.
Comparación permanente (redes, apps, selfies)

En el mundo digital, la comparación se volvió una epidemia emocional. Un hombre entra a las redes, ve fotos perfectas, cuerpos irreales, sonrisas retocadas. Y sin darse cuenta, empieza a comparar lo virtual con lo real.
“Mi pareja ya no me emociona tanto”, piensa. Pero lo que cambió no fue la pareja, fue su capacidad de valorar lo auténtico.
Las redes alimentan la ilusión de abundancia: siempre hay alguien más, siempre hay una opción mejor. Esa idea destruye vínculos sólidos, porque convierte el amor en un catálogo.
“Allá afuera hay alguien mejor que mi pareja”
El hombre infiel se deja atrapar por esa narrativa. Cree que la felicidad está en lo que aún no tiene, que la pasión vive fuera de casa, que la novedad es sinónimo de plenitud.
Pero cuando alcanza eso que tanto idealizó, vuelve a sentir el mismo vacío. Porque la insatisfacción no estaba en su pareja, estaba en su mirada distorsionada por el exceso de estímulo.
Comparar constantemente a quien te ama con fantasías digitales es una forma moderna de desconexión emocional. Y la desconexión, tarde o temprano, se traduce en infidelidad.
La fantasía de la pareja perfecta
Las redes venden un modelo de amor imposible: sin conflicto, sin cansancio, sin días grises. Y muchos hombres creen que si su relación no se ve así, es que algo falla.
Pero el amor real no se publica, se construye. No necesita filtros ni validación externa. Requiere presencia, empatía y verdad. Justo lo que la infidelidad destruye.
Baja tolerancia al conflicto en la relación

Muchos hombres son infieles no porque quieran dañar, sino porque no saben enfrentar el conflicto sin huir. Cuando la relación atraviesa discusiones o etapas difíciles, su respuesta emocional es escapar.
Les cuesta sostener una conversación incómoda, aceptar errores o asumir que algo debe cambiar. Confunden tensión con amenaza, y en vez de resolver, se refugian en otro vínculo donde todo parece “más fácil”.
Así, el engaño se convierte en su manera de anestesiar la incomodidad. Pero lo que no se enfrenta se repite, y tarde o temprano ese patrón se vuelve una condena.
Cuando en vez de hablar… se va con otra
Cuando una mujer intenta dialogar y él se cierra, el silencio se vuelve una grieta. Si a esa grieta le sumas falta de empatía y orgullo, la distancia emocional se convierte en terreno fértil para la traición.
En lugar de reparar la relación, busca a alguien que no le exija responsabilidad. Pero lo que evita en casa lo persigue afuera: la culpa, la incoherencia y el vacío de saberse falso.
En el fondo, no engaña solo a su pareja. Se engaña a sí mismo creyendo que así se sentirá libre.

Discusión ≠ falta de amor
La madurez emocional implica comprender que discutir no es destruir. Que los desacuerdos son parte de la intimidad. Pero el hombre infiel no tolera esa vulnerabilidad: quiere placer sin profundidad.
Por eso abandona a la primera señal de incomodidad. Su idea de amor es infantil: “si me hace sentir bien, me quedo; si me hace pensar, me voy”.
Pero el amor real también te confronta para crecer. Y quien no soporta eso, solo sabrá amar desde la superficie.
Modelo masculino mal aprendido

Desde pequeños, a muchos hombres se les enseña que ser hombre es conquistar, dominar, acumular. Que la virilidad se mide por cuántas mujeres los desean, no por cómo tratan a una sola.
Ese guion cultural ha normalizado la infidelidad como una prueba de poder. Pero el verdadero poder está en la lealtad emocional, no en la cantidad de conquistas.
Un hombre que ha confundido masculinidad con validación externa se vuelve prisionero de su propio personaje: el fuerte que nunca se equivoca, el seductor que siempre puede más. Y ese rol lo desconecta del amor real.
Ser hombre = tener varias mujeres
Este mito ancestral sigue operando en silencio. Muchos aún creen que la fidelidad “no es natural” en el hombre, cuando en realidad lo que no es natural es vivir sin autoconocimiento.
Cuando la masculinidad se basa en el ego, cualquier límite se percibe como una amenaza. Por eso, la fidelidad les parece pérdida de libertad, cuando en verdad es una elección de coherencia.
Ser fiel no es renunciar a opciones. Es decidir con conciencia a quién quieres cuidar, aunque el mundo te ofrezca distracciones.
Validación masculina entre amigos
También pesa el entorno. Entre hombres, la infidelidad aún se celebra. Se convierte en una forma de ganar respeto en grupos donde la empatía se confunde con debilidad.
Pero cada “logro” de ese tipo solo profundiza su desconexión. Detrás de la aparente seguridad hay miedo: miedo a no ser admirado, miedo a mostrarse humano.
Y ese miedo, cuando no se reconoce, se disfraza de conquista.
Falta de trabajo con su sombra
El psicólogo Carl Jung decía que todos cargamos una sombra: aquella parte de nosotros que negamos o reprimimos. En muchos hombres, esa sombra está formada por emociones que nunca pudieron expresar: tristeza, miedo, vulnerabilidad, culpa.
Cuando no se integran, esas emociones buscan salida. Y a veces la encuentran en conductas destructivas como la infidelidad.
El hombre que engaña suele proyectar en su pareja lo que no tolera de sí mismo. Si no acepta su fragilidad, la ataca en ella. Si no reconoce su necesidad de amor, la disfraza de deseo.
Lo que no reconoce en sí, lo actúa contra ti
Por eso, muchas mujeres sienten que la infidelidad “no tiene sentido”: porque realmente no lo tiene desde la lógica del amor. Pero sí desde la lógica de la sombra.
El hombre infiel no soporta mirar su propio vacío, así que lo proyecta hacia afuera. Traiciona para no sentir su pequeñez. Y lo peor: ni siquiera entiende por qué lo hizo.

Infidelidad como síntoma, no como origen
Por eso, la infidelidad no siempre es la raíz del problema, sino la consecuencia visible de una herida invisible. Un síntoma de su desconexión con la propia verdad.
Hasta que no se atreva a mirarse con honestidad, seguirá rompiendo vínculos para evitar romper su máscara. Y esa máscara —la del hombre que “todo puede”— es precisamente lo que lo condena a la soledad.
Desconexión emocional con la pareja

Cuando la rutina apaga la curiosidad, muchos hombres confunden la calma con desamor. Pero no es falta de amor, es falta de presencia emocional. Dejan de mirar a su pareja con atención, de interesarse, de preguntar cómo se siente.
El silencio se instala, el cariño se vuelve mecánico, y en ese vacío emocional entra cualquier voz que los haga sentirse vistos. No porque la otra persona sea especial, sino porque los escucha sin juicio, justo cuando más lo necesitaban.
Ahí comienza la desconexión interna: se alejan del vínculo real para refugiarse en la fantasía. Y cada mensaje oculto, cada coqueteo, es un parche momentáneo para tapar una herida que solo crece.
Rutina, silencio y baja ternura
En una relación sana, la rutina puede ser hogar. Pero cuando se deja de nutrir, se vuelve distancia. Muchos hombres, incapaces de hablar de lo que sienten, prefieren callar hasta que la relación se enfría.
El problema es que ese silencio no mata el deseo, solo lo redirige. La atención que no ofrecen en casa, la entregan afuera. No porque el amor haya desaparecido, sino porque no saben mantenerlo vivo.
Así, terminan buscando emoción donde solo había falta de comunicación. Y confunden adrenalina con conexión.
Cuando alguien más sí lo escucha
A veces la infidelidad comienza sin intención. Una conversación casual, una mirada amable, una persona que “los entiende mejor”. Pero lo que realmente los atrae no es ella, es la sensación de ser vistos sin juicio.
Eso que no logran expresar en casa, lo canalizan en otra dirección. Pero ninguna escucha ajena puede sustituir el trabajo interno de reconectarse con la pareja. Huir de la incomodidad nunca repara el vínculo roto.
Oportunidad + secreto + celular

La mayoría de las infidelidades modernas se tejen en la palma de la mano. Un mensaje a deshoras, una red social privada, una excusa tecnológica. La oportunidad digital facilitó el engaño, pero no lo creó.
Lo que lo creó fue el secreto. El deseo de tener un espacio personal intocable, donde nadie cuestione ni observe. Pero el amor no puede convivir con zonas prohibidas. Cuando hay ocultamiento, hay doble vida emocional.
Y cada contraseña que excluye a la pareja se convierte en un muro invisible entre ambos.
La triple alarma: teléfono, aislamiento, defensiva
Si un hombre esconde el celular, evita explicar a quién escribe o se molesta cuando le preguntan, no es privacidad: es desconexión emocional disfrazada de derecho individual.
El secreto se vuelve adictivo. Primero lo usa como escape, luego como refugio. Y cuando alguien vive más pendiente del teléfono que del rostro de su pareja, ya ha comenzado a alejarse emocionalmente.

El problema no es el dispositivo, sino lo que representa: una nueva dimensión del engaño invisible, donde los límites morales se diluyen con un clic.
El engaño es el corazón de la infidelidad
Como explicaba uno de los psicólogos del texto original, la infidelidad no es solo tener intimidad con otra persona. Es cualquier acto que rompa un acuerdo emocional. Desde mentir, ocultar conversaciones o minimizar una falta.
La traición empieza cuando la verdad deja de ser compartida. Cuando uno de los dos actúa distinto a lo que prometió, incluso en cosas pequeñas. Porque en el amor, el pacto no se rompe de golpe; se erosiona con cada omisión.
Relaciones abiertas mal entendidas

Hay quienes justifican su infidelidad diciendo que “todo el mundo lo hace” o que “ya no creen en la monogamia”. Pero la libertad no se mide por la cantidad de cuerpos que se tocan, sino por la capacidad de hablar con honestidad.
Una relación abierta no es infidelidad si hay acuerdo mutuo y transparencia. La infidelidad ocurre cuando uno rompe el pacto sin consentimiento del otro.
El problema no está en el tipo de vínculo, sino en la falta de responsabilidad afectiva. Cuando alguien miente para sostener su deseo, traiciona la confianza que lo sostenía.

Una cosa es acuerdo, otra es engaño
Hay parejas que eligen explorar su sexualidad con respeto y comunicación. Pero un hombre infiel no busca explorar, busca evadir. Lo hace a escondidas porque necesita sentir que “puede más”, no porque quiera compartir una experiencia sincera.
En el fondo, lo que lo excita no es la otra persona, es el secreto mismo. Es el ego diciendo “aún tengo el control”. Pero el control sin conciencia es una forma de vacío. Y ese vacío termina devorando cualquier vínculo real.
Romper el pacto es la verdadera infidelidad
Infidelidad no es sexo con otro, es romper un pacto de confianza. Puede ser con una mentira, con un silencio, con una negación. Es actuar de espaldas al otro mientras se finge estar presente.
Por eso, incluso en relaciones abiertas, la traición existe si se quiebra la palabra. Porque la fidelidad no es una jaula: es coherencia. Es elegir ser leal a lo que se prometió.
Distorsiones de autoestima en la mujer

Después de una traición, muchas mujeres se preguntan: “¿qué hice mal?”. Pero no hay nada que una mujer pueda hacer para evitar la infidelidad de un hombre emocionalmente roto. No se trata de tu belleza, ni de tu entrega, ni de tu amor.
El error está en pensar que tu valor depende de su lealtad. No eres la causa de su engaño, eres el espejo que lo confrontó. Por eso eligió mirar hacia otro lado.
“Si yo hubiera dado más…” (no)
Una de las secuelas más crueles de la traición es la culpa. Las mujeres tienden a pensar que fallaron. Pero la verdad es que ninguna cantidad de amor puede llenar el vacío de alguien que no se ama a sí mismo.
Tu valor no se mide por su fidelidad, sino por cómo te eliges después del dolor. La infidelidad habla de su herida, no de tu insuficiencia.
No eres la causa, eres la que lo ve
El amor verdadero no ciega, revela. Y muchas veces la mujer es quien primero nota la desconexión. No porque sea controladora, sino porque siente cuando el alma del otro se va.
Si lo ves distante, no es intuición loca: es tu cuerpo percibiendo la ruptura emocional. La traición empieza mucho antes de que se descubra. Y la primera en sentirla, casi siempre, eres tú.
Heridas infantiles no trabajadas

Detrás de muchos hombres infieles hay un niño herido. Un niño que aprendió a ganarse el amor complaciendo o que fue ignorado cuando necesitaba afecto. Ese vacío de la infancia se disfraza en la adultez de deseo, pero en realidad es hambre de atención.
Cuando un hombre no ha sanado su herida primaria —la de no sentirse suficiente o la de sentirse rechazado—, repite la historia en sus relaciones. Inconscientemente hiere antes de ser herido, se distancia antes de que lo dejen, busca a otra para no enfrentar el miedo a ser reemplazado.
En ese sentido, la infidelidad no es un acto de maldad pura, sino un intento inconsciente de controlar el abandono. Si él traiciona primero, siente que mantiene el poder. Pero en realidad, vuelve a ser aquel niño asustado disfrazado de adulto.
Miedo a ser elegido y abandonado
Hay hombres que se sienten cómodos en la conquista, pero incómodos en la permanencia. Porque ser elegido despierta un temor antiguo: “¿Y si después me dejan de amar?”. Entonces, antes de que eso ocurra, sabotean el vínculo.
El amor los hace vulnerables, y la vulnerabilidad les recuerda el dolor infantil de haber sido ignorados, humillados o no vistos. Engañar es su forma de recuperar una falsa sensación de control.
Pero lo que realmente están evitando es el contacto con su propio dolor. La traición no los libera, solo repite el abandono desde el otro lado.
Por eso hiere antes de ser herido
Un hombre que no ha sanado su historia no puede amar sin miedo. Por eso ataca el amor cuando lo encuentra. Lo confunde con dependencia, lo traduce como pérdida de libertad. Prefiere sabotear el vínculo antes de sentirse atrapado.
En su mente, ser fiel equivale a rendirse; en su inconsciente, ser amado equivale a exponerse. Y la infidelidad se vuelve su escudo emocional. Pero ningún escudo protege del vacío que deja la ausencia de autenticidad.
Hasta que no confronte a ese niño interno que teme no ser suficiente, seguirá corriendo de la intimidad hacia la evasión. La única fidelidad posible comienza cuando uno se vuelve leal a sí mismo.
¿Qué hacer cuando descubres la infidelidad?
Cuando la verdad sale a la luz, el primer impulso es intentar entender. “¿Por qué lo hizo?”, “¿Qué me faltó?”, “¿Podemos arreglarlo?”. Pero la respuesta más importante no está en él, está en ti.
El descubrimiento de una traición no es solo el final de una etapa; es una oportunidad de despertar. Dolorosa, sí, pero profundamente transformadora. No estás obligada a perdonar ni a quedarte; estás llamada a elegir desde la dignidad.

Entender no es justificar
Comprender los motivos de la infidelidad ayuda a sanar, pero no para absolverlo, sino para liberarte del peso de la culpa. No eres responsable de su falta de madurez emocional ni de sus vacíos internos.
Entender su herida te permite cerrar la tuya con conciencia, sin quedarte atrapada en el “por qué a mí”. A veces el acto más compasivo no es perdonar al otro, sino dejar de castigarte tú.
Elegirte a ti aunque duela

Cuando una mujer se elige, rompe generaciones de silencios. Elegirte no es venganza, es coherencia. Es mirar el espejo y decidir no traicionarte más por sostener lo que ya no te sostiene.
Habrá días de duda, de nostalgia y de miedo. Pero cada vez que eliges tu paz sobre su mentira, te acercas un paso más a tu libertad emocional. Amar no siempre es quedarse; a veces amar es irse para salvarte.
Cuando irte es dejar de traicionarte
Hay una frase de Jung que resume este punto: “Hasta que lo inconsciente no se haga consciente, dirigirá tu vida y lo llamarás destino”. No te quedes donde alguien elige su inconsciencia por encima de tu valor.
La verdadera fidelidad comienza contigo. No me quedo donde no hay verdad, decía Paula en uno de los relatos. Y esa frase no nace del orgullo, sino de la dignidad.
Porque a veces, el acto más valiente de amor es soltar lo que te rompe. Y convertir el dolor en el inicio de tu despertar.
Cuando una mujer decide irse de un lugar donde ya no la ven, no está huyendo: está regresando a sí misma. Y en ese regreso, la infidelidad deja de ser una herida, para convertirse en una maestra silenciosa que te enseña lo que jamás volverás a permitir.
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